En principio debo aclarar que no estoy en contra de la “reelección” como se estila en países de formación democrática cuyos líderes son estadistas conscientes de la importancia de la alternabilidad, como son, por ejemplo, los casos de Estados Unidos y Francia, cuyos expresidentes se retiran a escribir sus memorias y a fundar bibliotecas y no gravitan sobre la vida política de sus naciones, pueblos que premian conscientemente la labor del gobernante con su reelección, y estos no se atreven a usar los recursos del gobierno para sus campañas electorales, como sin escrúpulos de ninguna naturaleza, hacen los especímenes pre políticos de estas soledades ignaras, en las cuales la política carece de principios filosóficos, y las elecciones son competencias entre promesas imposibles y sobornos miserables – pierde quien diga la verdad - y cuya vida republicana obvia el poder formidable de la institucionalidad y aún se debate en la estúpida búsqueda del caudillo providencial - hombre indispensable e insustituible - salvador de la patria, gendarme necesario, revolucionario mesiánico, adjetivos que tratan de justificar la codicia de los hombres de poder ante la escasa tradición democrática que los endiosa – sobre la democracia siempre pende la espada del totalitarismo - gorila o revolucionario - y donde se asume pueblo la porción esperanzada – que cree que esperanza deriva de “esperar” y no de “buscar” - sobornable, ingenua, menos formada, por sus ingentes necesidades – la lámina de zinc de ayer o la “misión” de hoy, arrasan con la razón de Estado - que, desgraciadamente, conforman un porcentaje mayoritario - por la reproducción irresponsable estimulada desde el Estado clientelar - que inclina la balanza electoral hacia quien satisfaga la “gran barriga”, sustituto perverso de patria, institucionalidad y estado de derecho.
Sigamos el ejemplo que Rómulo dio
Rómulo Betancourt, fundador de un partido político netamente venezolano - como peruano fue el APRA de Haya de la Torre - que la parejería de Carlos Andrés Pérez inscribió en la socialdemocracia, estaba en total desacuerdo con la reelección y dio instrucciones terminantes a su bancada en el Congreso Constituyente para no incluir la reelección, que sin embargo quedó solapada – por aquello del tipo providencial – con la posibilidad de presentar las candidaturas de los expresidentes a los diez años de su mandato, lo que ocasionó que el caudillismo se atrincherara en los partidos, generando pugnas internas devastadoras para su credibilidad y obstaculizando el paso a las nuevas generaciones, responsable directo de esta atrocidad autoritaria que atraviesa Venezuela para su deshonor democrático.
Una constituyente por la vida…
Por ello, y sin ninguna duda, la actualidad política venezolana exige convocar un Congreso Constituyente que redacte una constitución vigorosamente civilista, principista, democrática y republicana - hasta el momento de redactar este texto, solo Diego Arria se ha inclinado hacia esta opción que permite, ante la traumática experiencia vivida, blindar la Constitución contra apetencias caudillistas y mecanismos fraudulentos para modificarla, como ha hecho la Sala Constitucional con el artículo 71, Sala que debe ser eliminada, pues la Constitución en su jerarquía de ley suprema de la república es taxativa y, por lo consiguiente, no necesita intérpretes.
Y ese Congreso Constituyente debe legislar de manera urgente para: Quitar el fuero a los militares - eliminando todo vestigio de militarismo – Chávez convirtió la jerarquía civil sobre la autoridad militar, inherente a la presidencia de la República, en un grado militar activo que es necesario desmontar por el bien del orden republicano.
Volver a la bicameralidad – el Senado debe asumir los ascensos de la oficialidad superior, ahora algunos políticos saben por qué. Eliminar la adjetivación dictatorial al nombre de Venezuela, pues es “bolivariana” en cuanto la doctrina del Bolívar del congreso de Bolivia. Y eliminar la reelección dejando el período en los seis años actuales pero sin posibilidad de reelegirse, copiando, de ser necesario, el Artículo 83 de la Constitución mexicana: “…El ciudadano que haya desempeñado el cargo de presidente de la republica, electo popularmente, o con el carácter de interino, provisional o substituto, en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”.
En conclusión
Sería importante que los precandidatos tuvieran un proyecto de renovación republicana común y se comprometieran – gane quien gane, cualquier es superior a Chávez de aquí a la luna - a dar los pasos necesarios para devolver a los militares a sus cuarteles y reforzar la civilidad con una nueva Constitución que elimine la reelección y asumir un programa mínimo de gobierno que contemple vivienda, empleo, seguridad, reactivación económica y materia petrolera.
Espero que llegará el día en el cual este pueblo tenga la formación necesaria para, primero elegir por programas de gobierno y no por encuestas manipulables y manipuladoras, y, segundo, para premiar a un gobernante dándole nuevamente su confianza para otro período presidencial o castigar a un mal gobierno con el desplante histórico de la pérdida del afecto popular.
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