La colonización de nuestra América comenzó a finales del siglo XV con la
llegada de Cristóbal Colón (1492). A partir de allí, los imperios Portugués,
Británico y de los Países Bajos conquistaron y colonizaron una gran parte del
territorio americano. Imperialismos que se caracterizaron por ejecutar un
sistemático saqueo de los ricos e incuantificables recursos naturales de los países
del Nuevo Mundo.
Siglos más tarde nuestros pueblos lograron la descolonización mediante esforzadas
luchas que le permitieron su independencia política. Sin embargo, la
emancipación política -per se- no solucionó los lazos de dependencia económica.
Las potencias hegemónicas lograron imponer relaciones de falsa reciprocidad
comercial, condicionando la soberanía de los países independizados, y reduciéndolos
a simples exportares de materias primas o productos con escaso valor agregado.
Venezuela no ha escapado a esta tragedia. Nuestro país nunca ha
alcanzado una soberanía plena desde el punto de vista político y económico. La
ingenuidad e ignorancia de nuestro pueblo permitió la consolidación de un
perverso neocolonialismo norteamericano en el pasado y hoy el de una nueva
forma de neodependencia frente a Cuba y China. Esta nueva modalidad de
neocolonialismo ha preferido recurrir a un truculento asistencialismo (médico,
crediticio, deportivo técnico, científico, etc.) para imponernos un elevado
grado de sumisión que compromete nuestra independencia nacional. Hoy por hoy el
concepto estado-nación en cuanto al ejercicio de la soberanía plena está
totalmente en entredicho.
Esta execrable, pero muy bien maquillada forma de intervención, ha sido
concertada y consentida por el iletrado de Miraflores a fin de asegurar la
estabilidad y permanencia en el tiempo de su proyecto facho-militarista. Hoy
tenemos en Venezuela decenas de miles de cubanos y chinos controlando y
dirigiendo actividades esenciales en áreas como: la educación, salud, defensa,
seguridad, construcción, agricultura, energía, inteligencia y contra-inteligencia,
etc. Esta indignante pérdida de la soberanía ha contado además con la
complicidad celestina de los lacayos socialfascistas criollos, así como de la
Fuerza Armada Nacional, quienes actúan como verdaderos ejércitos de ocupación
en nuestra propia Patria al servicio de esas potencias extranjeras.
El subdesarrollo y sus males asociados como la pobreza, y la exclusión
social no se vencen impulsando nuevas formas de dependencia. Ningún plan
originado en los escritorios de La Habana o Beijing o de sus testaferros
nacionales ha sido capaz de superar los desequilibrios socio-económicos,
combatir la inflación, el desempleo, la pobreza, la inseguridad personal, el
déficit de viviendas, o tratar siquiera de remediar las consecuencias del
desarrollo social desigual. Tanto Cuba como China hoy no representan
alternativas para nuestros pueblos, constituyen regímenes capitalistas
totalitarios que promueven dentro y fuera de sus fronteras un capitalismo de
Estado (Cuba) o mixto (China) explotador supersalvaje, y corrupto.
Si bien condenamos las posturas "pitiyanqui" del pasado, neologismo
puertorriqueño puesto en boga en Venezuela por Mario Briceño-Iragorry (1953), reprobamos
con igual vehemencia el "piticubanismo", y el "pitichinismo"
que impulsa el régimen del tte coronel y sus amanuenses endógenos. Con un
lenguaje confuso y demagógico se nos pretende convencer de las bondades de una “soberanía
tutelada”. Ni cachorros de Washington, ni de La Habana o de Beijing,
simplemente venezolanos. ¿De cual soberanía podemos hablar?
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