Hay que desenmascarar
a quienes dicen combatir la pobreza cuando en realidad la alimentan.
El pseudo progresismo
se ha constituido en el mayor generador de pobreza de este tiempo. Lo hacen a
diario, y pese a las irrefutables evidencias que confirman esta visión, están
convencidos de estar recorriendo el camino inverso. Definitivamente han hecho
un culto de la indigencia. Después de todo se nutren de ella.
Las naciones que lograron
vencer al subdesarrollo, que progresaron en serio, no lo hicieron construyendo
una industria de dádivas, ni gestando un huracán de privilegios, ni tampoco
planteando condiciones ideales para esa sociedad injusta en la que los que se
esfuerzan obtienen lo mismo que los que no lo hacen.
Esta casta de
dirigentes ruines que pueblan las bancas legislativas y las oficinas públicas,
la inmensa mayoría de ellos, incapaces de exhibir un éxito profesional en sus
vidas, disponen de los dineros de todos, fundamentalmente del de los más
pobres, para seguir empobreciéndolos, en una lógica que, a estas alturas, ya
debería haber caído por su propio peso.
A los que menos
tienen, los castigan con una carga tributaria inexplicable. Les hacen pagar a
los más débiles, a los que con mucho esfuerzo solo pueden sustentarse,
impuestos que tienen como destino el despilfarro de siempre, ese que permite
ejercer retorcidas prácticas políticas, favorecer amigotes del mandamás de
turno, o alimentar la epidemia de la corrupción.
Ellos, la clase
política de diferentes espacios, que gobierna estos países desde hace demasiado
tiempo, ha construido una maraña de reglas de juego para mantenerse allí,
esquilmando a los que producen, pero también a los que dicen beneficiar.
Son los sectores más
empobrecidos los que pagan con mayor fuerza este sistema que, suponen que los
defiende. Impuestos, inflación, derroche y corrupción. Resulta difícil
identificar en esta lista, en qué lugar está la tan mentada defensa a los que
menos posibilidades tienen con la que se llenan la boca los dirigentes de este
tiempo.
Han diseñado un
esquema para enriquecerse como funcionarios, que se sostiene sobre la base de
sojuzgar a los más pobres. No han generado las condiciones para que dejen de
serlo, muy por el contrario, crearon un sistema para que los pobres sigan
siendo pobres y queden esclavizados, en manos del clientelismo y el
asistencialismo que se han ocupado de edificar durante décadas.
Un país rico y
prospero, como el que sostiene el relato, no saquea a los pobres con impuestos
e inflación para luego subsidiarlos, no los humilla, ni los impulsa a
convertirse en mendigos de la política.
El país en el que nos
quieren hacer creer que vivimos, no existe. Somos parte de una sociedad donde
un pobre es inducido a votar a un candidato partidario, a cambio de un plan
social estatal o de una mera promesa.
Los que se ufanan de
hacer política en serio, organizan, cual asociación ilícita, un afinado método
para entregar una bolsa de alimentos el día de las elecciones solo para lograr
mayor caudal electoral. Intentan arrear a los ciudadanos como ganado, en
vehículos. Todo ese despliegue con dineros públicos muchas veces, confirmando
esa cruel sociedad entre la política y la corrupción.
Habrá que ser menos
piadosos con esa clase política. Se trata de una perversa casta, una verdadera
lacra social, avalada por muchos ciudadanos, los más de ellos cómplices
involuntarios de esta parodia.
Esta caterva de
dirigentes políticos, no tiene autoridad moral para hablar de progreso. Se
encargan a diario de tratar a la gente como “una cosa”, de condenarlos a
mantenerse en una vida despreciable, a hacerle promesas, a sabiendas de que no
cumplirán, y fundamentalmente a convencerlos de que son unos inútiles, que no
sirven para nada y que solo pueden aspirar a seguir recibiendo favores, a vivir
de prestado y solo en la medida que continúen votando a su humilladores para
que los sigan destratando.
Cuando estos
corruptos finalmente se vayan y sean finalmente desenmascarados, cuando los que
todavía los sostienen, logren darse cuenta de la inmoralidad que han generado,
esta sociedad deberá aun luchar para vencer las temibles secuelas y este legado
lamentable que dejarán como herencia.
Los depredadores de
la política y de la sociedad, los han convencido a los más pobres, que son
ineptos, inservibles y llevará mucho tiempo recuperar la autoestima, la fe en
sí mismos, la fortaleza para dar la mayor de las batallas y salir de la pobreza
sin que nadie les regale nada.
En todo este tiempo,
les han robado la mayor riqueza que un ser humano puede disponer, su dignidad.
Y es difícil recuperar esta virtud cuando ha sido pisoteada, arrastrada y
ultrajada durante generaciones.
No se precisan
gobiernos que saquen de la pobreza a la gente, en todo caso se necesita una
clase dirigente que deje de lado su costado mesiánico e interminable vanidad,
su soberbia inagotable de creerse el centro de la creación, la dueña de las
verdades y propietaria del monopolio de
las soluciones.
A la gente de bien le
queda una dura tarea por delante, ayudar a reconstruir el optimismo, el poco
que queda, a devolverle la fe a los que la pierden a diario, a alimentar la
confianza en sí mismos y la imprescindible actitud, que es la madre de la
riqueza.
El combate será
difícil, porque mientras muchos ciudadanos están dispuestos a ser protagonistas
del cambio, otros decidieron dedicarse al ocio cívico, fomentando la abulia
crónica y siendo cómplices de tanto desatino.
Es tiempo de
enfocarse en no bajar los brazos. Los que realmente creen que la historia puede
cambiar tienen un duro desafío por delante. Mientras tanto, del otro lado,
buena parte de esta clase política contemporánea, alimentada desde el populismo
vigente, se dedicará a perfeccionar el arte de ser fabricantes de pobreza.
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